Entradas

Yapana

  El estruendo terminó con mi largo sueño. La fuerte sacudida cerró el letargo de dos millones de años (quizá tres). Reaccionaba y recuperaba el sentido con dificultad; no podía entender bien lo que ocurría, solo una lluvia tupida, rayos y truenos, grietas en la tierra, y, de pronto, avanzamos. Empecé a rodar, cuesta abajo. A pesar de mi tamaño, me sentía poderoso, imponente. La gente se horrorizaba a nuestro paso, gritando: «¡yapana! ¡yapanaaaaaa!». Arrasábamos con todo, éramos imparables. Hoy rodaba, y pensaba, literalmente, en las vueltas que da la vida: hace unas horas (o siglos, quién sabe) un animal meaba encima mío, y hoy era parte de una de las fuerzas más poderosas de la naturaleza. Continuamos la marcha, hasta llegar a una esquina del cañón por el que descendíamos. Allí se abrió la masa. Tuvimos un momento de descanso en el lecho del río. Cuando el fango se asentó (sobre mí y sobre muchos de mis hermanos), pude ver, por encima del agua, algunos hocicos sorbiéndola con desespe
Día de los Muertos  Renacer profundo,  del abrigo de la tierra reconociendo oscuridades  abrazando lo insondable.  Conjurar con humo de tabaco la palabra muda Lo que no se pudo decir Lo que no se pudo sentir  Elevar al cielo  El beso que no salió de mi boca  La lágrima cristalina El fuego del corazón. 

Las cocadas

Con la espalda terriblemente adolorida, me levanto súbitamente  del escritorio porque ya no soporto el dolor. Está oscureciendo y no he parado de trabajar en todo el día, desde mi casa por supuesto, por esta puta pandemia.  Me digo que no, que aún no hemos terminado, que queda mucho trabajo pendiente, que vuelva a la computadora... pero mi cuerpo desatiende esos pensamientos, y se dirige, mecánicamente, a la ventana. Asomo la cabeza,  y, de repente, ahí está: entre los olores a guiso, a grasa, a gasolina y a motores, una ráfaga despeja esos tufos y me alcanza una bocanada de aire fresco, tan vital, tan agradable... Por milésimas de segundo me transportó a las calles de Chiclayo, en donde transcurrió alegre mi niñez. Para estas fechas del año, ya toda la familia debía estar allí, en la gran casa de la Abuela. Los juegos con los hermanos y primos eran los más felices. Salir a caminar, a jugar con la pelota, recoger plantas y flores del parque para hacer experimentos, meternos a los pampo

Letras del Ande

Letras del Ande es un espacio en donde se presentan cuentos, novelas, poesías y otras expresiones literarias, escritas y leídas desde los Andes para el mundo.  Es también un portal a un horizonte de creación: a un territorio libre. A un mundo alterno, al cual escapar del caos de la modernidad.  Este es un lugar en donde la idea y la palabra pueden engendrar vida y color, como el río a veces tierno y bondadoso de Javier Heraud, que se desliza suavemente por los valles, que da de beber miles de veces al ganado y a la gente dócil; pero también puede ser el río que no respeta ni la vida ni la muerte, aquel que baja por las atropelladas cascadas con furia y rencor partiendo las piedras en mil pedazos. Aquí, el verbo  puede conjurar y exorcizar las negruras más hondas .  Se trata de una dimensión en donde la palabra, descarada ella, intenta con sus minúsculos caracteres imitar el portento creador de la propia naturaleza, perfecta en sí misma,  en el remanso, la fruta y la vida,